¡Insisto!

Algo en mi cabeza me grita que algo falta. Algo importante, algo me olvido.

—¡Insisto en que todo esto es una locura!
Los minúsculos ojos de Kurnekovj ya empiezan a brillar de rabia. Conozco esa mirada. Seguro está a punto de sacar su Luger P08 9mm semiautomática, con su esplendoroso cargador de siete balas y su elegante trayectoria plana con moderado impulso de disparo de la que está tan orgulloso, con toda la intención de silenciarme de una vez por todas. No me importa. No pienso dejar que me amedrente.
—No le estamos pidiendo su opinión. Limítese a hacer lo que se le ordena y punto.

¿...Pero qué...?

Se da vuelta.
Odio que me den la espalda.
No se mueve.

E insisto.
—Iniciar una revolución en un momento así es un acto de lo más incoherente.

¿...Qué me olvidé...?

Me mira.
Cada vez el odio se intensifica.
No me muevo.

Y ríe.
—Lo único incoherente acá es esta actitud suya. Se comporta usted como un completo inepto.
Entonces me río yo. Pero es nada más una risa vacía, un acto involuntario de pedante ironía.
—¿Inepto yo? Pretenden llevar a cabo una revolución que no vamos a poder mantener bajo control. Hay que mantener la estructura, le digo. Gorvach está subestimando la fuerza que todavía ejerce el nacionalismo en las repúblicas, ¿No se da cuenta hasta qué punto los secretos de la Unión puede deslegitimar al Estado frente al pueblo si llegaran a ser revelados...? ¡Y ahora resulta que el inepto soy yo!

¿...Qué es?

—¿Vamos?—ahora es él el que ironiza—Eso quiere decir que está usted de nuestro lado, Doctor. Pero veo que algunos conceptos no los tiene muy claros. La recesión económica es anterior a Gorbach: fue el motivo principal para retirar las tropas de Europa del Este, y una excelente excusa para poner fin a la Gran Carrera.
—Por supuesto,—contesto. La emoción hace que me tiemble la voz—compararnos con Occidente fue una gran estrategia, ciertamente. Gracias a eso los ciudadanos ya casi no confían en el sistema económico, ¡y ni hablar del político!
Kurnekovj no me está escuchando. Juguetea muy negligentemente con una de las tantas medallas que le penden del pecho, trofeos bien merecidos de las pasadas guerras interminables.

¡No me acuerdo...!

Pero ya hace mucho que se resignó.
—El desmembramiento de la Unión ya es algo inevitable.
—¿Para qué apresurar el fin?
—Eso mismo le pregunto yo a usted, Dobrinin—la mano siniestra pasa de la medalla de las FFAA a la culata de la Luger P08.—Piensa usted demasiado. Ha llegado a convertirse en una verdadera molestia.
Dispara.
Y me muevo.
Pero es muy rápido, y yo muy lento. No me importa. Sabía que pasaría.
Y mi cerebro insiste.

...E insiste. E insiste...
Es insoportable.
Pero...
...Algo me olvido...

Y me doy cuenta, recién ahora, mientras me ahogo en el charco de mi propia sangre, entonces

me acuerdo...

...Que salí de casa

Sin besar a mi esposa...