domingo

III. La mirada del único ojo

El poder de la Luna se cierne ya sobre mí. Aunque no me es posible verla a través de las pesadas cortinas, puedo sentir mi sangre burbujear ante su grata presencia. En cuanto me haya recuperado, escaparé.
Pienso, ¿será justo atacarle mientras está de espaldas? Teniendo mi vida en sus manos me ha alojado, y sanado mis heridas. Así mismo, es una de las tantas ratas austeras cuya sangre profana disfruto verse derramar. El sentimiento es mutuo siempre.Y me ha encadenado a la cama. Y se ha negado a desatarme. Pero ha dejado bien en claro los por qué.
Me tiene miedo.
Como haciendo eco de mis pensamientos, la melodía del piano de súbito se detiene. Mis ojos inyectados recorren la habitación como lo hiciera en un principio, y descubro que se ha deslizado hasta la ventana.
¡Está corriendo la cortina!
Las nubes de tormenta que cubren mi salvación se disiparán en cuestión de segundos, entonces completaré la transformación. Luego, que mi instinto se ocupe del desgraciado. Estas son mis cavilaciones mientras gruño y enseño los dientes al verlo aproximarse sigiloso.
—¿Seguro que esto es lo que quiere?
Un gruñido es toda la respuesta que recibe: no comprendo, y lo advierte.
—Es normal que, aún permaneciendo en su forma humana, no distinga usted las circunstancias—explica, y vuelvo a enseñar los dientes—Las cadenas—continúa con total naturalidad—permítame resumir, están hechas de plata.
—¿Y qué con eso?
Y bien... que como acceda usted a la transformación, se derretirán sus muñecas.
Mi espíritu se deshace. Una vez más vuelvo a tironear y patear como un desquiciado, y entre pavor e iras toda clase de injurias sales eyectadas de mi boca como si esperase que alguna, cual puñal orbilerema, alcanzace a atravezarle el corazón y los ojos. Pero mis yaculatorias no surten el efecto esperado. Muy por el contrario, permaneciendo inmutable parece apenas conmovido por mi desgracia, y comprendiendo mi desesperación, torna a cerrar nuevamente el dosel. Lejos de apaciguarme tironeo aún con más fuerza. Por alguna razón la sangre no cesa de hervir en mis venas... ¿Es esto posible?
—Cálme—advierte—Aún es temprano para desesperar. Permítame explicarme mejor.
Resume una vez más su asiento junto a la cama. La mirada serena de un único ojo bastaría para cautivar el corazón de quien estuviese dispuesto a apreciarla. Desafortunadamente no es mi caso. Mientras me habla, no dejo de sacudirme y lanzar tarascones en su dirección. No obstante, continúa.
—Entiendo que
usted, como yo, ha sido uno de los pocos casos de hombres mordidos diréctamente por un Anciano. Casos particulares muy raros estos días, puesto que la gran mayoría de los ancestros han caído, como debe usted bien saber, ante sus enemigos, y los contados sobrevivientes lo han hecho ante sus propios discípulos. Es por esta razón que se encuentra usted aquí esta noche: la sola inmortalidad le ha sido otorgada, más que seguro, contra su voluntad, y por tanto, también a costa de esta. Pero si usted me permite, yo se la puedo devolver.
—¿Mi voluntad?
—Ciertamente.
Mi estómago es ahora un torbellino, siento que debora todo mi interior. ¡Me está consumiendo desde dentro!
—¡Por qué yo!—grito en agonía—¡Por qué a mí, justamente a mí...!
—Eso no sabría yo explicarle. Misma razón, supongo, por la que en la única ocasión que nos vimos fue usted de gran ayuda para conmigo. Es muy probable que no lo recuerde, no estaba yo en mi mejor momento...
—¡La trampa!—exclamo, y la cama -no, el piso entero tiembla bajo mi sacudida.
—...Y también es probable que sí.
Sorprendida, tal vez (aunque apenas es perceptible), de mi buena memoria, la mirada del único ojo recorrie mi torso desnudo; parece muy concentrado en mi respiración agitada cuando dice
—Buena señal, al parecer el instinto primitivo no ha tomado aún posesión completa de su razón, todavía tiene la oportunidad de controlarlo... ahora escúcheme,—un salto violento por sobre mí lo deja de pie frente al ventanal, y señala hacia afuera—y escúcheme bien, que esta es la noche perfecta.

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