El poder no puede probarse a sí mismo; en consecuencia, debe probarse a costa de otros. Eso es lo que lo vuelve superfluo. Aquello que no vale por lo que es, nada es, y no es razón suficiente por la que valga la pena sacrificarse.
Pero Sombradía no busca poder. Por el contrario, lo que busca es todo lo opuesto.
Un martillo no hace a un herrero. Sin embargo, sin un martillo, un herrero no podría forjar espadas. Ese es el poder: un medio. Por supuesto, los martillos no son nocivos –no corrompen al portador, que es justamente por lo cual este tipo de metáforas no llegarán a ser del tipo trascendental, ya que a duras penas pueden justificarse a sí mismas.
Y puesto que este medio es el más contaminante, lo único que cabe es la supresión. Por eso, una vez que haya hecho uso del poder para lograr su objetivo, se encargará de hacerlo desaparecer. Y a sí mismo, con él.
Es cierto que el poder, de Sombradía en particular, es completamente abstracto, por lo que carece de límites; y uno no puede abusar de lo que no tiene límites, porque abusar implica llevar a extremos, y un poder ilimitado no los tiene. Pero de todas formas, todo uso de poder tiene su cuota de corrupción, y Sombradía es enteramente conciente de que, si bien sus intenciones son las mejores, la infección avanza cada vez más aprisa.
Afortunadamente, es una de las pocas criaturas en la Tierra que aún conservan el buen juicio. Sombradía sabe perfectamente que toda buena causa requiere sacrificios: ¿qué mejor causa que el surgimiento del Nuevo Mundo? Y ¿qué mejor sacrificio que la propia vida y conciencia mismas? Ninguna, por cierto.
Sombradía lo comprende. Y sabe que, llegado el momento, será el menos indicado para ocupar un lugar en su propia creación. Es el precio de la Revolución.
"The birch, notwithstanding his high mind,
Was late before he was arrayed.
Not because of his cowardice,
But on account of his greatness."
[The battle of Godeu, Book of Taliessin VIII]
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