miércoles

el crimen perfecto

A veces tengo que decir cosas que no me gustan.
Algunas tengo que decirlas simplemente porque no hacerlo constituiría un acto moralmente criminal. Otras, más flexibles, pueden decirse o no, pero hay momentos clave en los que resultan más oportunas.
Después están esas que sólo deberían usarse en última instancia, o en caso de emergencia de vida, como el 107 o el 911.
Las tres son verdades, aunque con distintas variables en lo que a rigidez respecta.
Hace poco aprendí a diferenciarlas. Lo cual no implica necesariamente que sepa aplicarlas como es debido. Tampoco implica que me agraden, ni en mayor ni menor medida.
Además soy escritora de ficción, o por lo menos me gusta fantasear que lo soy. Las mentiras son mi campo. En eso tengo más pericia. Disfruto más torciendo y distorcionando la realidad a mi manera. Cuando alguien cree una buena mentira, ésta toma un color distinto, más cercano a la realidad, como una prótesis bien disimulada.
Muchas personas no aprecian el verdadero arte del engaño bien simulado. La mentira es la personificación del pensamiento mágico: es inventar lo que no existe y que todos lo puedan ver, en tanto se los propongas adecuadamente. Es la ignorada cuarta dimensión: lo que no es, pero es, porque fue concebido, ergo, existe. En esencia, es lo mas cercano a la magia, y es lo más cercano a dios.
Pero, si bien las mentiras son aplicables en muchos casos, eso no cambia el hecho de que son sustancialmente falibles. A veces cuentan con una susentabilidad limitada, o pueden anularse entre sí, como ciertas interpretaciones de las leyes que por defecto son incompatibles y generan vacíos legales.
La verdad también tiene esa falencia. Puede llegar a ser flexible dentro de sus límites, porque (contrario a la creencia polular) es indistinta de la realidad. Mientras la realidad opera con valores básicos e inequívocos regidos por la variable situacional, la verdad es un síntoma de la comprensión, una mera interpretación individual de los hechos. Por ejemplo, alguien puede interpretar que soy de poco fiar. Alguien más puede pensar que es simplemente palabrería de una mente insensata procurando explicar lo inexplicable. Alguien más podría atribuirlo a la ineludible ociosidad de las horas irrazonables. Alguien más incluso podría inferir que me refugio en la mentira porque sufrí muchos desengaños. Y tal vez a alguien más, creyéndose un tanto más asertivo respecto a mi personalidad, razonaría que no estoy hablando por mí, sino por uno de mis tantos personajes inventados. Cualquier otro podría deducir que todo es una mentira. Ninguna de estas interpretaciones está ligada necesariamente a la realidad, pero sí esá asociada a las experiencias particulares de cada Alguien que conozco, e incluso de los que no. 
Y aún así, si es posible afirmar que es verdad que sólo digo mentiras, ¿realmente estoy diciendo la verdad, o simplemente es la mentira mejor elaborada en su máxima expresión?




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