viernes

Discrepancias

A veces me pongo a pensar cómo trabaja mi mente, y empiezo a encontrar cosas que no deberían estar presentes. Mecanismos sueltos. Abolladuras. Engranajes como radicales libres. Recuerdos oxidados bajo llave en el fondo de cajones sin cerradura. Discrepancias.

El otro día venía sentada casi por casualidad, en un sueño a medias, tratando de no cabecear sobre Los siete locos. En lo que menos pensaba era en las más de 18 horas que llevaba despierta; había otras cosas todavía menos interesantes con las que distraerme. Gente que bajaba. Un relato de tres días dividido en una serie de fragmentos. Gente que subía. Párpados que pesaban. La vaga noción de los minutos que pasaban, aletargada por la sensación del movimiento pausado, tan característico de las seis de la tarde. Y semáforos.
Alguien bajó en uno de los tantos semáforos. Nadie en particular. Gente. Supongo que una persona. No sé. Alguien. El punto es que un tal alguien despertó en mí una incandescencia voraz, y lo hizo sin siquiera llamar mi atención. Me sorprendí con las manos en la masa, calculando qué probabilidades tendría de salir ilesa si de pronto bajase atrás y lo insultara de arriba abajo, o lo golpeara, sin razón o excusa válida. Agredirlo y salir coriendo, o enfrentarlo, seguir el juego, o algo. Simplemente para ver cómo se desarrollaba la secuencia. Imaginé cinco reacciones diferentes, dependiendo de cada posible estado de ánimo, y doce formas distintas de salir del paso, desde disculparme fingiendo que lo había confundido con alguien más hasta pegarle en la cabeza con una botella de vidrio hasta dejarlo inconsciente. Sopesé las probabilidades ordenadamente. 3.1.% de salir ilesa. 10.4% de quedar impune. 89.6% de perder mi laburo. Entre 1 y 4 minutos de adrenalina mal encausada. Si terminaba en golpes, 2% de que el tipo se lo mereciera. Creo que era un tipo. En insultos: de 5 a 13%. En hemorragias: no lo calculé porque me pareció extraño que la sangre se me representara de un rojo brillante y fría al tacto. Entonces  me di cuenta de que tenía la vista clavada en el semáforo. Volví a mirar, pero ni había gente en la cuadra, ni era la misma cuadra. Aunque me sentí un tanto ofuscada por mi inacción, había descubierto que los posibles enlaces favorables habrían sido producto del azar, y las probablilidades de que se dieran prácticamente nulas, e internamente me di las gracias por pensar demasiado. Me revolví incómoda en el asiento e intenté leer un capítulo más, pero al poco rato desistí. Por lo general trato de no cabecear sobre los libros. Siempre lo consideré una falta de respeto.

Este episodio, o lapsus, no lo asimilé en profundidad sino hasta el día siguiente. Ahora lo veo como una atrocidad, y analizarlo me resulta imposible, pero recuerdo que en ese preciso momento lo tomé como la distracción más natural e inofensiva del mundo. En un punto, retomando la lectura con mayor lucidez, se me ocurrió que pudo haber sido producto de una influencia arlteriana a nivel subconsciente; noción meramente especulativa que descarté al recordar lapsus similares previos, muy anteriores a mi apego por las obras de Roberto, que puede considerarse inocente y volver a descansar en la paz que bien merece.

No hay comentarios: